Estamos en fechas de vacaciones, playeo
y piscineo, viajes para desconectar y conocer más zonas de nuestro bello país,
reencuentros con viejos amigos y con viejos rincones conocidos... y de nuevos
ENCUENTROS.
Este año no va a ser igual que otros y
la liturgia de las vacaciones está siendo diferente por motivos que no vienen
al caso de este blog, solo diremos que está siendo un verano bastante movidito.
Aun así, se saca tiempo para disfrutar de las aficiones, de la familia y del
tiempo libre.
Este ENCUENTRO se gesta en un plan para
aunar dos grandes aficiones, la moto y la naturaleza. Así que, mientras mi
mujer duerme y disfruta de un sueño reparador, creo que es el secreto de su
belleza, me dispongo a salir con la moto para dar una vuelta a... ninguna parte
y comerme un bocata para desayunar por ahí, cuanto más perdido mejor.
Levantarte temprano, antes que amanezca,
preparar el zurrón y la moto, salir con tu moto y disfrutar de una buena
carretera secundaria en soledad es una gozada. Aún en verano hay que protegerse
contra el frío cuando te subes en una moto antes que amanezca, por lo que se
disfruta de manera especial el tacto de ese polar que te pones bajo la chaqueta
de la moto y que no te sobra hasta pasadas las 10 de la mañana. Después de hora
y media de moto, de curvas, del placer de la velocidad (con cabeza, claro), de
sentir el rugir y la potencia del motor bajo tu asiento, de soledad con tus
pensamientos, de fresco sobre tu cuerpo en pleno agosto, llegas a un rincón de
Sierra Morena donde se respiran aromas de monte y… aún más soledad.
Al bajar de la moto se da un profundo
suspiro para descargar la necesaria tensión de conducir una moto de gran
cilindrada y para tratar de atrapar en tus pulmones y neuronas ese momento especial
que estás viviendo, captando la soledad, las vistas a tu alrededor de un
entorno privilegiado, aromas que te llegan de las encinas y matorrales y
sonidos de todo tipo de pájaros a tu alrededor. El estómago también intenta
tener su protagonismo y te acuerdas que llevas levantado desde las 06:30 de la
mañana. Saborear un buen bocata a la sombra alargada del amanecer de una encina
y sentado en el filo de una carretera perdida por la que pueden pasar horas sin
una rodada y en este entorno con todos los sentidos disfrutando del momento, es
una de esas experiencias que valen la pena vivir.
El instante alcanza momentos épicos para
el que suscribe cuando se destacan entre los chillidos lejanos de rabilargos,
arrendajos y trepadores el canto de unos abejarucos. Llevo ya 3 años que solo
los veo fugazmente y los escucho por mi zona, pero sin llegar a localizar zonas
de nidada, pues las que otros años tenía controladas han sido abandonadas. Al
momento, sale la vena fotógrafa y cojo mi cámara pues nunca se sabe cuando se
te va a presentar la oportunidad de afotar… pero los abejarucos se escuchan
lejanos.
Normalmente, imaginas una foto ideal (si
me saliera un pájaro por aquí…, si se posara en esa rama…, si acudiera a beber
a esta fuente un…) pero en muy raras ocasiones tienes la recompensa de llevarte
a casa la foto deseada. “Con las ganas que le tengo a los abejarucos… si se
acercaran y posarán en esa encina…” mi mente calenturienta ya estaba imaginando
qué fotos me gustaría llevarme en la cámara.
De pronto, esos abejarucos que habían
tenido la gentileza de posarse donde era mi deseo, me conceden otro y se ponen
a dar pasadas a gran velocidad a escasos tres metros, dando quiebros
espectaculares para cazar al vuelo insectos que están disfrutando de la melaza
de la encina bajo la que me resguardo de los rayos solares que empiezan a
calentar; operación que repiten una, y otra vez, y otra, y otra… y otra…
… haciéndome disfrutar del espectáculo.
… y para terminar, el redoble… tocó
posarse en la valla metálica que tengo a seis o siete metros de mí, donde ambas
especies examinamos al detalle a la contraria.
Agradecido por el espectáculo, toca
recoger bártulos y volverse a montar en la moto para regresar a casa antes de
que la cabeza se cueza dentro del casco. Así que tras recoger, ponerme
chaqueta, casco y guantes, por ese orden, saco la moto del arcén y tras andar
escasos metros una silueta en el cielo me llama la atención. Como es costumbre,
los animales no suelen posar mucho tiempo, ni dan segundas oportunidades para
que les hagas una foto… pero era el día de romper las reglas establecidas y
sobre mi cabeza daba vueltas en busca de alguna presa una preciosa águila
imperial que repite la operación varias veces hasta que puedo hacer una foto...
el cuadro es para verlo, con la moto parada en medio de la carretera, con el
caso y los guantes puestos, la cámara en la mano y enfocando al cielo haciendo
fotos.
... y como había ocurrido minutos antes con
los abejarucos, la operación se repitió una, y otra vez, y otra, y otra… y
otra…
¿Qué más se le puede pedir al día? Pues
parece que la sierra no quiere que me vaya... a escasos 200 metros se divisan
una gran cantidad de buitres leonados y negros, cogiendo térmicas y pasando
por encima de mi cabeza, lo que provoca una repetición de la escena
anterior... con la moto parada en medio de la carretera, con el caso y los
guantes puestos, la cámara en la mano y enfocando al cielo haciendo fotos.
En el resto del camino hasta coger la
carretera general se suceden varias paradas viendo ciervas con sus crías. Volver
a casa habiendo disfrutado de la moto, habiendo disfrutado de una experiencia
única con los abejarucos y el águila imperial, y con unas fotos muy especiales
en la cámara es para darse por contento y dar gracias por haber vivido esta
magnífica mañana. Salu2.
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